¡MUERE AHORA!


¡MUERE AHORA! *

¡Muere ahora! ¡Muere ahora!
Coreaba la multitud al triunfador absoluto de las Olimpiadas de esa época en Atenas.

¡Muere ahora! ¡Muere Ahora!
Era el grito que retumbaba en todo el Estadio, mientras que el campeón anonadado, recibía extasiado los laureles olímpicos que su rey colocaba en su cabeza.

¡Muere ahora! ¡Muere ahora!
Era el clamor que no cesaba, mientras que el vencedor, a su vez que recibía el más preciado galardón, contemplaba con una felicidad indescriptible, como eran también coronados con los laureles olímpicos, sus dos hijos, por ser los ganadores de los agones donde compitieron.

¡Muere ahora! ¡Muere ahora!
Y el campeón, cuyo rostro reflejaba la felicidad de su alma, sólo atinaba a agradecer a la multitud, sin comprender que esa expresión, que le sugería morir, no tenía el propósito de desearle mal alguno, o porque su triunfo hubiese sido tomado de mala forma; sino, que le sugerían eso, porque entendían que el vencedor, no tendría otro momento de mayor felicidad en su vida como la que estaba viviendo, estimando, que sería más grato para los dioses, si compartiese su dicha y felicidad en la eternidad con ellos.

Edgardo Olortegui

* Inspirado en una historia de la Antigua Grecia.




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